La naturaleza, la ciencia y los criterios
Para mí, la doma natural significa aplicar la lógica del comportamiento natural del caballo a su manejo, doma y mantenimiento. Por supuesto, el entendimiento del caballo ha sido gran parte del éxito de los buenos domadores desde siempre. Sin embargo, en los últimos 50 años, nuestro conocimiento del comportamiento animal ha aumentado tanto que nos ha permitido desarrollar nuevas técnicas de doma más fácilmente entendidas por el caballo que las tradicionales y evitar así errores basados en la ignorancia de las capacidades del animal. Fueron los hermanos Dorrance quienes, sin el beneficio de la ciencia pero con suma sabiduría y observación, desarrollaron estas técnicas difundidas por Ray Hunt. Los que aprendieron de él fueron sacando sus propias conclusiones según su personalidad y experiencia. Así hemos terminado con una variedad de formas de doma natural. Algunos como Parelli se centran en el control; otros, como Monty Roberts, hablan más de la relación. No es verdad, como dicen algunos, que la doma tradicional es siempre bruta. Puede serlo. Pero la doma natural puede ser mal utilizada, malentendida y por eso bruta también. Es ahí cuando gracias a los conocimientos científicos podemos saber cuál es de verdad natural y fácil para el caballo.
La naturaleza del caballo
Partimos de la base de que el caballo es un animal de presa, mientras nosotros somos cazadores. Lo que nos parece lógico no lo es para el caballo y viceversa. Las diferencias son más profundas de lo que, a menudo, nos damos cuenta. En su estado natural, los problemas de supervivencia a los que se enfrenta el caballo se centran en los depredadores. Sabemos que sus órganos sensoriales y su psicología están creados para detectar cualquier amenaza o movimiento extraño. Asustados, se juntan y huyen en una masa unida que gira, acelera y evita los obstáculos de manera milagrosa, igual que las palomas o las truchas pequeñas. No se colisionan ni atropellan a los potrillos, cosa que nosotros no podríamos evitar. Agruparse es una defensa exitosa contra los depredadores, que se confunden por no saber donde atacar. Es el animal aislado el que es vulnerable. La huida en masa depende de tres factores: querer estar juntos, evitar las colisiones y sincronizar la velocidad junto a la dirección del movimiento con los demás. El primero, el deseo de estar en compañía, es tan fuerte en el caballo que se deprime cuando está aislado y ya sabemos que enseguida la buscan cuando se sienten amenazados. Si el caballo no quiere estar con nosotros, no podemos crear una base conjunta. El segundo, evitar las colisiones. Este necesitan aprenderlo: lo llamamos “respeto del espacio individual”. Sabemos que al potro criado aislado, le falta este respeto o, mejor dicho, carece de esta enseñanza. Son las yeguas madres las que enseñan a los potros al señalar “vete” si se acercan demasiado o rompen las normas sociales. Aunque el caballo desee tanto la compañía, no es un animal de contacto: no duermen amontonados como los perros, los gatos o los cerdos. Este respeto lo tienen muy implantado y acaban con una apreciación de distancia individual muy fina. El tercero, sincronizar sus movimiento entre individuos, es algo que ya hace el potrillo recién nacido al asustarse. Corre hacia su madre y mantiene la misma dirección y velocidad que ella. Luego, aprende a sincronizarse con otros potros en el juego porque, como dice Darwin, en el juego el animal joven practica y perfecciona las pautas de comportamiento que aseguran su supervivencia como adulto. Y una vez establecida la confianza con nosotros, sincronizan sus movimientos con los nuestros como si fuésemos parte de la manada.
Para mí, esta sincronización voluntaria es la base de la verdadera doma natural. No tenemos que enseñarla, es la naturaleza del caballo. Funciona cuando estamos pie a tierra: se adelanta, gira y para con nosotros. Funciona igual desde arriba: si acompañamos sus movimientos, adelanta; si giramos nuestro cuerpo, gira con nosotros; si nos bloqueamos el cuerpo parándonos, se para también. Cada parte de nuestro cuerpo corresponde con la misma parte del suyo: si queremos que mueva los pies, movemos los nuestros; si queremos que pare las manos, paramos las nuestras…. Hempfling habla del mismo tema en su libro “Tratar con caballos.”
El control y la dominancia
Nuestro problema es que no podemos creer que sea así. ¿Dónde está el control? Pues, ¿dónde esta el control cuando huyen juntos, pastan juntos, se marchan al agua juntos? No hay. Cuando van al agua, es normal que una yegua adulta vaya delante, normalmente está preñada y lactante, por eso su necesidad de agua es mayor y los demás la copian por hábito si es una yegua en la cual todos confían. Pero en la huida, no es la más rápida: los jóvenes corren más, y van delante mirando ansiosamente hacia atrás para averiguar que los demás les siguen. No hay control. Lo que no nos permite entenderlo es que somos otra especie animal. Los cazadores tienen problemas de convivencia a la hora de comer juntos el animal que han matado. Todos tienen hambre y si hay discusiones, son algo serias dado que saben matar y están armados con garras y dientes. Entonces, un adulto fuerte se muestra agresivo manifestando que no vale la pena pelear con él (suele ser el macho). Se muestra dominante y los demás le obedecen reconociéndole como su líder. Incluso expresan sumisión con gestos específicos si él se enfada e intentan complacerle. Ya que es él quien controla todos los recursos, merece la pena cultivar buenas relaciones con él. Además, estos sumisos reconocen el estatus de cada uno cuando hay cualquier competición y de ese modo acaban viviendo en paz. Nuestro primo más cercano, el chimpancé, se comporta así. También en nuestra organización social se aprecian restos de este entendimiento instintivo. En la manera en que reconocemos la autoridad y la obedecemos, en nuestra lucha por el estatus social, en la manera en que pedimos perdón ante dicha autoridad, en la modo en el que queremos ser amigos del famoso. Los caballos salvajes no tienen este problema, ya que no compiten entre ellos debido a la cantidad de comida sabrosa y amontonada que encuentran. Su comida natural está por todas partes. Su problema empieza una vez los domesticamos, provocando la competición, dándoles la comida sabrosa en cubos. Entonces se pelean. Los que vencen aprenden que la agresión tiene su recompensa, mientras los que pierden aceptan que será mejor ceder.
Un paralelismo falso
Parece que hemos creado una jerarquía de dominancia igual a la del chimpancé, pero es totalmente distinta. Primero, el “jefe” no dicta nada salvo “vete”. No controla otros aspectos del comportamiento. Los demás no le obedecen, lo evitan. Por eso, los científicos prefieren llamarlo “orden de evitación”. Segundo, la jerarquía no asegura la paz. Los caballos seguirán peleándose durante años a la hora de comer si no organizamos nuestro manejo para evitarlo. Científicamente el objetivo de una jerarquía de dominancia es que se mantenga la paz cuando todos reconocen su estatus. Muchos libros dicen que es así con los caballos. ¿No os dais cuenta? Gracias a un estudio científico sabemos las cifras exactas de agresiones que se dan entre caballos durante una hora tales como orejas atrás, embistes, mordiscos y coces: Caballos salvajes, 0.025. Caballos domésticos, a la hora de darles pienso, 47. Son los depredadores, como los perros, los que establecen una jerarquía pacífica con una buena pelea. Los caballos no. Si utilizamos nuestros ojos para mirar, en vez de leer fantasías, lo veremos enseguida. Tercero, el jefe no es el líder del grupo, dato demostrado en numerosas ocasiones por diversos científicos. Aunque todavía muchas personas que carecen de suficientes conocimientos, dicen que sí. A mi modo de ver, esto sucede porque cuando van a dar de comer a los caballos domésticos, el “jefe” se acerca el primero. Pero eso es sólo porque lo están evitando. Cuando se provoca una huida es cuando se revela quién es el líder verdadero, que es otro caballo al que siguen los demás. No les gusta el “jefe”, lo evitan. Cuarto, cuando hay un semental que no es ni el “jefe” ni el líder, también probado por muchos estudios científicos, las yeguas le dan caña aunque sea el más fuerte y el más experto en pelear. Quinto, y casi lo más importante, es que los caballos no tienen señales de sumisión. Por eso no entienden la obediencia ni la autoridad como concepto. Desafortunadamente, muchos creen que los movimientos de la boca como si el caballo estuviera comiendo y el bajar la cabeza mientras camina son señales de sumisión. Esta creencia ha dado, como resultado, el abuso de muchos caballos en el picadero redondo y muy mala fama de este trabajo entre los científicos. Por eso necesitamos examinarla en detalle. No hay ninguna base científica que demuestre señales de sumisión en los equinos por muchas horas que le hayan dedicado a ello grandes profesionales.
La tensión
Estos movimientos son estiramientos de los músculos que se contraen fuertemente cuando el caballo está tenso, a menudo por miedo. Levanta la cabeza al contraer los músculos de la parte superior del cuello. Cierra firmemente la boca, que se seca debido a la adrenalina. Contrae todos los músculos de su dorso y no puede meter los pies por debajo de la masa. Cuando se da cuenta de que no hay peligro ni amenaza, se encuentra incómodo por estas contracturas y recupera su comodidad estirándolos. Mueve la boca suavemente, recuperando el flujo de la saliva. Inclina su cuello abajo para estirar el dorso, igual que nos doblamos para estirar el nuestro. No son señales sociales, el caballo hace lo mismo cuando está sólo. Es verdad que un caballo tenso no cede a las presiones que aplicamos como ayudas, sino las resiste. Es cuestión de reflejos musculares. Además el caballo tenso no quiere cooperar, quiere escapar. Es decir, mientras está tenso, es mejor que no intentemos tratar con él. Cuando veamos que está relajado es cuando deberemos empezar el trabajo. Pero si entramos en un picadero redondo con la idea de que tenemos que dominar el caballo forzándole a moverse hasta que nos señale sumisión, estamos en peligro de abusar de él por no entender su naturaleza ni el significado de su lenguaje corporal. Todos los que hemos visto las peleas entre caballos a la hora de comer, sabemos que cuando un “jefe” arrincona a uno tímido, le hace daño precisamente porque el tímido no tiene manera de decir “no me ataques, me rindo ya”. Es decir, no tiene señales de sumisión que apacigüen el ataque. Nunca le veremos bajando su cabeza hacia el suelo en un momento así. Si no puede escapar, será atacado. Es por miedo a que esto ocurra por lo que muchos se niegan a soltar sus caballos con otros. Además, si un caballo huye de otro animal, ¿no sería un suicidio que señalase su sumisión, transcurrido un tiempo, aunque el animal no le ataque abiertamente? De ser así, el lobo sólo tendría que trotar por detrás de un caballo a la espera de que, el pobre, señalase sumisión y se dejase comer. Un animal de presa no se somete a un dominante o un agresor: huye. No es un chimpancé. Un caballo tampoco sigue a un dominante: le evita. De todos los domadores de esta época creo que sólo Mark Rashid ha visto la diferencia entre la dominancia y el liderazgo y los efectos que tienen sobre el caballo.
Problemas de la doma natural
Uno de los problemas que sufre la doma natural es el marketing. Las máquinas de publicidad que algunos han creado para hacerse famosos, ganar nuestra admiración y rendirnos ciegos a la evidencia de nuestros propios ojos y sentido común. No cuesta ver la evitación del “jefe” enfadado, ni que los caballos siguen peleando a la hora de comer. Es evidente que si tenemos que repetir una serie de ejercicios durante años, no estamos usando un sistema natural, sino una forma de aprendizaje por muy bien que se realice. No cuesta mucho entender que para un animal que depende de sus pies para vivir, forzarle a tumbarse en el suelo será traumático. Me remito a la ciencia para decir que el caballo queda pasivo en este punto por una subida fuerte de la beta endorfina, morfina producida por el cerebro cuando estamos en un estado de shock. También hay una subida fuerte de cortisol, que significa que el animal está altamente estresado. Algunos desconocen esto y piensan que el caballo está plácidamente hipnotizado, cosa que tampoco puede ocurrir en un cerebro equino. Para los que practican el imprinting de forma fuerte, lo siento, pero el potrillo está igual de estresado que si le tumbamos forzado. Otro de los problemas es, que es difícil acceder a los estudios científicos que pueden salvarnos de tales errores y malos tratos. Y también tengo una queja para los científicos: han ido cambiando la definición de la palabra dominancia hasta que no quiere decir lo que, correctamente, entendemos. Es decir, incluso si accedemos a ellos, es demasiado fácil malinterpretarlos si no tenemos la formación necesaria. Sin embargo, hay muchos estudios que prueban que no es sólo nuestra opinión personal la que dice que ciertas prácticas son buenas y otras no tanto. Está comprobado que el caballo mantenido en pasto y en compañía es más fácil de domar que su hermano mantenido aislado en una cuadra y que el caballo con estereotipias aprende más despacio que el normal. Los etólogos critican, y con razón, al domador que entra en el picadero redondo con un caballo ya aterrorizado, lo que ocurre con bastante frecuencia en España debido al uso de la serreta, le arranca a galopar con una actitud dominante y el pobre pasa horas galopando hasta que se agota. Critican, con fundamento, la práctica de tumbar los caballos y malinterpretar su estado de shock profundo. Han demostrado que en la recuperación de los caballos maltratados, el uso del refuerzo positivo (premios) tiene más éxito que los refuerzos negativos (la aplicación y cesión de presiones). Y están, con razón, muy enfadados porque una serie de ejercicios de refuerzo negativo se vendan ahora bajo el título de “etología equina”. La etología es una disciplina académica que se estudia durante años. Un etólogo reconocido dice “llamar a esto etología es como acreditar de farmacéutico a un vendedor de aspirinas”.
Principios
Creo que todos nosotros, aficionados a la doma natural, queremos evitar los malos tratos tanto psíquicos como físicos y buscamos las soluciones en esta. Espero que estemos más propensos a la verdad que a las exageraciones y a la falsedad. Pero, cuando hay diferencias entre los profesores ¿a quién creemos? ¿Cómo vamos a unirnos contra el enemigo de fuera igual que hacen los caballos? No digo que solamente haya una forma de practicar, al contrario, la doma natural se practica dentro de todas las formas de doma. Todos tenemos nuestra propia personalidad y cada uno tiene que encontrar un estilo de trabajo que se le adecue. No tiene porque ser igual para todos. La yegua, el semental, el potrillo, los jóvenes, tienen papeles distintos en la manada. Sin embargo, es una manada. Para enfrentarnos con los malos tratos de la doma bruta, tenemos que unirnos. La unión es la fuerza, como saben los caballos. Por eso, me alegro mucho de que salga esta revista, que nos da la oportunidad de hablar abiertamente de estas diferencias. Examinar las bases de nuestras prácticas, aprender unos de otros, evitar las colisiones y avanzar unidos respetando nuestros distintos papeles. Espero que podamos basar nuestras prácticas en los conocimientos científicos comprobados sobre los cuales no hay discusión, aunque los pongamos en práctica en estilos distintos. Esta parte es para nosotros los profesores. Como los caballos, no estamos en competición unos con otros sino todos contra los malos tratos. Para los aficionados y principiantes, el mejor consejo que tengo es: usa tus ojos. Observa. Pasa tiempo entre los caballos. No pidiéndoles nada ni intentando interpretar su comportamiento desde el punto de vista chimpancé. Observa. Cuando sabes ver si el caballo está bien y a gusto, es cuando puedes juzgar si un trabajo está bien hecho o no. El caballo mismo es nuestro mejor profesor, y los catedráticos están sueltos en la montaña viviendo como dios o su naturaleza manda. Cuando los estudiamos, es cuando nos damos cuenta lo que puede llegar nuestro manejo, mantenimiento y monta trastornarles si no seguimos el camino natural.
Lucy Rees